Página Siete, El Periodico, el Día, Mundiario, La Patria, EJU. Domingo 15 de julio 2018
Verónica Ormachea G.
No sé si tuve buena o mala suerte de ver un video de
un centro de detención donde se encontraban niños inmigrantes ilegales encerrados
en jaulas con llave como si fueran animales.
Muchos agarrados de las rejas se ahogaban en llanto
reclamando a gritos: “mamá” “papá”. Eran niños preescolares. Si tenían suerte,
encontraban a uno de sus hermanos, sino se quedaban allí tan solos,
aterrorizados y confundidos, que se orinaban en sus pantalones.
Una pequeña lloraba tanto que acabó vomitando.
Incluso, un niño de diez años con el Síndrome de Down fue llevado allí.
Una niña repetía el teléfono de una tía que vive en
Estados Unidos. Todos, sin embargo, la ignoraban. Los guardias fronterizos,
fríos como el hielo, le gritaban “¡Cállate niña!”. Lo terrible es que en
aquellos centros, también se encontraban bebés de pecho que debían ser
alimentados por sus madres.
Antes de ser separados de manera forzosa de sus
padres y luego encerrados, habían sido victimas de una persecución inclemente.
Los inmigrantes ilegales, al cruzar la frontera
entre México y Estados Unidos son sujetos a
a redadas donde son perseguidos por guardias armados
y con perros listos para morderlos; en camionetas con sirenas ensordecedoras; y
en helicópteros de donde los gritan con megáfonos y los enceguecen con luces.
Ellos, en tanto, huyen corriendo entre los
sembradíos, solos o con sus familiares. Los que son atrapados, son detenidos y
procesados como si fueran delincuentes, que no lo son. Y luego, un juez decide
si son deportados. Ésta es la prueba que, el gobierno estadounidense
criminaliza a los inmigrantes.
Como la ley no permite que menores sean detenidos,
la Administración Trump aplicó la política de “tolerancia cero”. No así el
gobierno de Obama ni de Bush.
Según el Departamento de Seguridad Nacional, entre
el 5 de mayo al 19 de junio de este año, 2.342 hijos de ilegales fueron separados
de sus padres.
Dicha cruel política dio lugar a que sean llevados a
centros de detención en 16 estados donde están aún más distanciados de sus progenitores.
Llegan a aquellos centros donde no entienden el
idioma, no conocen a nadie y se les asigna
una colchoneta de color verde donde duermen vestidos
en el piso. Muertos de frio, se tapan con una frazada de color metálico y
observan a otros niños cambiar los pañales a niños más pequeños.
Se quedan allí sollozando y tratando de dormir en
medio de un coro de llantos de sus pequeños compañeros de encierro. Al día
siguiente hacen fila para ser alimentados.
Lo escalofriante es que no sólo los niños ignoran
donde se encuentran sus padres sino que la mayoría de los papás tampoco saben
donde están sus hijos.
Dicho escenario dantesco me recuerda cuando los
nazis, antes de mandar a las madres judías a las cámaras de gas, arrancaban de
sus brazos a sus hijos. Los que eran blancos y rubios, eran entregados a
familias alemanas para su adopción y pasar por arios.
¿Que niño pueden comprender que sus padres lo hayan
enviado a cruzar la frontera o que sus papás hayan decidido llevarlo a él y a
sus hermanos al “país de las oportunidades” donde podrán realizar “el sueño
americano”? ¿Donde su familia saldrá de la pobreza con el trabajo y podrán
tener una casa, aprender inglés (el idioma más universal), recibir educación
gratuita, y finalmente obtener un trabajo que será su seguro de vida?
La condición humana, por naturaleza, tiende a buscar
mejores condiciones de vida. Y está en todo su derecho de migrar. Y la
globalización, ha coadyuvado.
Miles de latinos, principalmente centroamericanos,
piden asilo a Estados Unidos, pero a la mayoría le es negado. Por tanto, optan
por la ilegalidad.
Estados Unidos es, sin duda, el país de las
oportunidades. El que trabaja, gana lo suficiente para poder tener un nivel de
vida aceptable.
El presidente de dicho país carece de empatía.
Pretende manejar a su país como si fuera su empresa. En su corta gestión ha
tomado una cadena de malas decisiones. Ésta, sin embargo, es la peor porque
mostro su inhumanidad.
Este escenario dantesco de separación, es parecido
al de una guerra. En cierta manera lo es. Es una contienda cuasi declarada
porque Trump está obsesionado con los inmigrantes. Incluso utilizó el tema para
su campaña electoral. Muchos votaron por él porque repudian a los extranjeros.
Trump es racista y xenófobo. Siempre ha sido. Su
abuelo paterno llegó a Estados Unidos como inmigrante donde construyó una casa.
El primer piso hacia de bar y el segundo de prostíbulo.
Su padre, experto en bienes raíces, hizo una fortuna
al borde de la legalidad. Y Donald, heredó el negocio.
Cuando alquilaba sus departamentos, sus secretarias
se aseguraban que no fuera a hispanos ni a afroamericanos. Al velos, escriban
en la solicitud la letra C que significaba color y eran rechazados. Aquella
discriminación, lo llevo a la Corte.
El actual presidente, ha rechazado públicamente a
los inmigrantes. No pierde ocasión para insultar a los mexicanos.
Les tiene tal mala voluntad que uno de sus objetivos
es construir el mentado muro de 3.000 kilómetros que separe México de su país.
Exigió a México que lo pague, pero el entonces presidente Peña Nieto se negó.
El presidente electo López Obrador afirmó: “Estamos
en contra del muro, es una ofensa”. Respecto a su relación con Trump, declaró
que ambos acordaron buscar “una relación de amistad y cooperación”.
Un muro será inútil ya que los inmigrantes son más
astutos de lo que Trump se imagina, a pesar de echarles los lobos encima. Él
dice que cumple con la ley.
Curiosamente más de un millón de estadounidenses
indocumentados vive en México. La mayoría son jubilados temporales que no han
tramitado su residencia.
El presidente de Estados Unidos carece de visión
política. En política exterior, es elemental tener buenas relaciones con los
países vecinos. Más aún cuando México es uno de los principales socios
comerciales de Estados Unidos y éste para aquél, el principal.
La repetitiva retórica antiinmigrante de Trump,
tiene harto a los inmigrantes y a los ciudadanos pensantes, así como su slogan Make America Great Again.
Estados Unidos siempre ha sido un gran país. La política
aplicada por Washington, no es la cara del pueblo estadounidense. Éste se
caracteriza por ser trabajador, respetuoso de las libertades ciudadanas, de las
leyes y defensor de los valores democráticos.
La “tolerancia cero” ha sido criticada por
autoridades del mundo, aunque no lo suficiente. Según el derecho estadounidense
y el internacional, es una violación a los Derechos Humanos. Y ante tanta
presión, Washington decidió revertirla.
Dicha política ha sido una suerte de estrategia de
negociación para presionar a que los demócratas aprueben en desembolso de U$ 25.000
millones para la construcción del absurdo muro.
Lo más probable es que provoque el efecto contrario
y no le concedan aquél capricho. Ellos, y los mismos republicanos, han sido los
primeros en criticar tan perversa separación.
También es posible que la “tolerancia cero” haya sido
una medida de presión a los ilegales. Que ésta haya tenido el fin de que los
padres, cuya mayoría no tiene información de sus hijos, los echen tanto de
menos que se rindan, se los devuelvan y retornen a sus países. Una estrategia
machiavélica.
Laura Bush publicó un artículo en el Washington Post que dice que lo sucedido
es “cruel e inmoral”. Lo comparó a cuando Estados Unidos, durante la Segunda
Guerra, internó a japoneses en campos. Según la ex primera dama, fue “uno de
los episodios más vergonzosos de la historia de su país”.
Cuando dicha guerra, el gobierno estadounidense
internó en campos de concentración a cerca de 120.000 personas entre italianos
y alemanes, pero en su mayoría japoneses, que tenían la ciudadanía de ese país.
Los estadounidenses olvidan el gran aporte que han
realizado los inmigrantes a su país. No sólo forjaron una nación multirracial y
multicultural enriquecedora sino que con su trabajo, ayudaron a desarrollar un
país, ahora el más poderoso de la tierra.
Incluso los afroamericanos, que fueron traficados de
la forma más abominable, han dado grandes victorias en los deportes y las
artes, poniendo en alto la imagen del país.
En el pasado las visas no eran necesarias para
entrar a Estados Unidos. Cualquiera podía cruzar la frontera sin documentos. Aquello
era considerado una violación menor de la ley.
Elis Island, donde
erige la Estatua de la Libertad, fue emblemática para los inmigrantes que
llegaron en barcos desde Europa. Representa la libertad y emancipación contra
la opresión. Dicha estatua era lo primero que divisaban al llegar cargados de
ilusiones y desafíos. Listos para trabajar en lo que se pueda. Era el icono de
bienvenida al nuevo mundo. Hoy es una utopía.
La isla, desde 1892 hasta que su clausura en 1954,
recibió cerca de 12 millones de inmigrantes. La única condición para entrar era
que estén en buen estado de salud y que no hubiesen cometido delitos.
Al día llegaban a entre tres a cinco mil personas en
barcos que venían principalmente de Europa huyendo de las hambrunas, el
desempleo y las guerras. Hoy cien millones de estadounidenses descienden de
aquellos que llegaron.
Actualmente la población inmigrante legal e ilegal
llega a casi 43.7 millones. La primera mayoría son hispanos (cuyo mayor
porcentaje son mexicanos) y la segunda asiáticos, en un país de 325.7 millones
de habitantes. Prueba clara es que el español es considerado el segundo idioma.
Según el Centro de Estudios de
Migración, el número de indocumentados en Estados Unidos el 2016, era de 10.8
millones.
Los ilegales, que son tan vulnerables como los que
viven en la pobreza, siempre han realizado los trabajos más duros como cosechar
la siembra bajo un calor asfixiante; limpiar baños y recoger la basura; manejar
un camión o un taxi durante horas; o descuartizar animales para vender la
carne. Y por esto reciben salarios más bajos que los nativos a pesar de ser
igualmente calificados. Su trabajo mal pagado, ha enriquecido a muchos
ciudadanos de ese país.
Un estudio del Instituto
sobre Política Fiscal y Económica, afirma que los inmigrantes indocumentados
pagan en impuestos el 8% de sus ingresos. Un hogar de indocumentados promedio,
paga cerca de U$ 10 mil al año en impuestos que incrementan el presupuesto público.
La Secretaria
de Trabajo de Estados Unidos informó el 2015, que 26.3 millones de inmigrantes
trabajan en dicho país. La mitad esta compuesta por hispanos. Éstos,
representan el 16.7% de la fuerza
laboral. Estadísticas demuestran que el nivel de desempleo de los inmigrantes
es menor que los nacidos en aquél país.
Según el codirector de
política migratoria de la universidad de Stanford Jens Heinmueller,
el
40% de las 500 empresas como Apple, Google y otras, han sido fundadas por
inmigrantes o sus hijos.
Un caso notable es el del empresario boliviano
Marcelo Claure, de 48 años. Según Wikipedia, fundó su empresa de venta de
celulares Brightstar Corporation con presencia en 50 países de seis
continentes. Hoy es el CEO de Sprint Corporation, cuyas oficinas se encuentran
hasta en el ultimo rincón del país del norte.
La inmigración, sin embargo, va a continuar, aunque
Washington construya el muro que sería una vergüenza.
A muchos estadounidenses les incomodan los
inmigrantes en gran parte porque son de otras razas, les quitan sus fuentes de
trabajo y hacen que bajen los salarios.
El hecho es que la “tolerancia cero” es un tema
condenable que aún no está resuelto y traerá consecuencias.
Lo primordial es que las autoridades entreguen de
forma inmediata los niños a sus padres. Un juez federal exigió que el pasado 10
de julio el gobierno devuelva a los niños menores de 5 años, pero sólo entrego
a 63 y la mayoría sigue en custodia.
El juez ha dado un plazo hasta el 26 de este mes de
julio, para que todos los menores se reúnan con sus familias. Las autoridades
sólo han devuelto a cerca de 550.
Es posible que la actual administración presione al
Congreso para que suscriban leyes migratorias más severas.
Lo fundamental, sin embargo, es que se promulgue una
ley que prohíba que las familias de los ilegales sean separadas.
Verónica Ormachea es periodista, escritora y
académica de la lengua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario