La Paz,
29 de agosto del 2018.
Si los
bolivianos debemos estar agradecidos con alguien, es con José Gramunt de
Moragas, sacerdote jesuita y periodista español. Personalmente me considero la más
afortunada de haberlo conocido.
Tuve la
oportunidad de acompañarlo y darle el doloroso ultimo adiós junto a mis colegas
y amigos Clemencia Siles y Juan Cristóbal Soruco, así como con los miembros de
su congregación y un centenar de amigos.
Cuando
lo vi de reojo a través de ese vidrio del cajón sin aire donde yacía su cuerpo,
me pareció que sólo dormía, al menos eso quise creer, porque vivirá siempre en
mi. Y, como fiel católico, resucitará.
Tuvo
una vida plena y se mantuvo lúcido hasta cerrar los ojos para siempre tras el
agotamiento de vivir casi un siglo.
Fue mi profesor,
mi confesor, mi consejero, pero principalmente un amigo entrañable y leal así
como de mi familia. Tuve el agrado de conocer a la suya en la Masía de Moragas
en Tarragona.
Después
de recibirse como abogado, decidió ofrecer su vida al Señor que cumplió con
abnegación. Sacrificó casarse y tener una familia para servir a los demás, nada
deleznable.
Llegó a
Bolivia en 1952 y se convirtió en un boliviano más. Consideraba a nuestro país
como el suyo y era querido y apreciado por todos.
Llegó a
vivir a Sucre e iba a trabajar manejando una motoneta y su sotana volaba por
los aires como si tuviera alas.
Luego
aterrizó en La Paz y la familia de Carlo de Leonardis y Julia Krutzfeldt lo
adoptó. Ambos eran caballeros de la Orden de Malta en Bolivia. En aquella casa
de Obrajes tuve la oportunidad de compartir momentos felices junto a ellos. Recuerdo
que llegaba manejando un jeep de la compañía.
Era de personalidad
resuelta e íntegra, señorío natural, exquisita conversación, paladar refinado y
bebedor del buen whisky.
Trabajador
compulsivo, fue director de radio Fides, de propiedad de la Compañía de Jesús y
luego fundó, junto a mi amigo y colega Juan Carlos Salazar, la Agencia de
Noticias Fides (ANF), la primera en
Bolivia.
Maestro
del lenguaje, obligaba a más de uno a consultar el diccionario de la RAE. La
sutileza de su pluma demostraba su destreza en el manejo del humor y la ironía.
Fue un humanista cargado de cultura que dejó más de lo que la vida y él se
exigieron.
Escribió
a favor de la verdad y fue un ferviente defensor de los derechos del hombre. Escribía
sobre la actualidad política y social del país. Aparte de ser director,
redactaba una editorial diaria titulada ¿Es o no es verdad? y un boletín
semanal de análisis político titulado NOTAS. Llegó a redactar 15.000 columnas, algunas
de las cuales fueron publicadas en un libro. Fue autor de varios.
Durante
su vida, no le tembló la mano para denunciar la corrupción, el narcotráfico y
los abusos del poder político ni a los crueles golpistas militares que dejaron
tan mala huella en Bolivia y el continente.
Aquello
lo convirtió en una referencia indiscutible. En el más influyente líder de
opinión. Incluso los gobiernos de turno y miembros de los partidos lo leían y
respetaban. Su palabra orientadora, muchas veces fue definitoria para la toma
de decisiones.
Sembró
tanto que cosechó varias generaciones de periodistas. Enseñó periodismo (el mejor que ha existido en Bolivia) cuando aún
no existía la carrera.
Nos dio
la oportunidad de trabajar y hacer practicas en la radio y la agencia.
Trabajador
incansable, bordeando los 90 años, decidió modernizar la ANF junto al cofundador
Juan Carlos Salazar.
Terminó
sus días en Cochabamba en la residencia de los jesuitas La Esperanza junto a
sus compañeros sacerdotes.
Su
recuerdo y legado serán imperecederos.
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