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“María Esther venció su propia muerte. Ella permanece…
existe en sus cuadros, en las enseñanzas a sus alumnos y en los recuerdos de
quienes compartieron con ella”, escribe su hija Marie France en el prólogo de
su libro María Esther Ballivián.
Marie France Perrin nos vuelve a sorprender. Esta vez con su
sexto libro. Uno excepcional en el que realiza una completa semblanza de la
vida y obra de su madre.
María Esther Ballivián (1927- 1977), probablemente heredó la
vena de su abuela paterna, que pintaba.
Su primera fuente de inspiración fue su hermana Consuelo,
que hacía de modelo.
María Esther fue alumna del pintor Lituano Juan Rimsa quien
entabló gran amistad con la familia Ballivián. Solían viajar a su finca en
Yungas cuyo paisaje verde y salvaje fue fuente de inspiración del lituano, que
dejó huella en Bolivia el siglo pasado.
Cuando estalló la revolución de 1952, Ballivián incursionó
en el periodo social. Luego
fue a estudiar a Chile donde siguió con sus estudios en el
Taller 99 del renombrado pintor Nemesio Antúnez. Él señaló sobre la pintura de
su alumna: “eran como explosiones volcánicas, avalanchas, ventisqueros o tal
vez, como decía ella, sólo explosiones de formas y colores”.
Estando allá incursionó en el post cubismo y expuso su obra pictórica
en Santiago.
Se casó con el conocido arquitecto Luis Perrin. “Si no me
hubiese casado con María Esther, nunca me hubiese casado. Ella fue la única
mujer que me movió el mundo”, le dijo a Macri Bastos. Él fue su más serio crítico.
Obtuvo una beca en París y fue a vivir allá acompañada de su
marido. Allí siguió con su formación. Se inscribió en Atelier 17 del británico
Wiliam Hayter, conocido por la técnica del grabado. “Ese artista contribuyó a
que en ella surgiera esa increíble capacidad de abstracción que impregnó su
trayectoria posterior”, dijo el curador José Bedoya.
También estudió en la
Académie de la Grande Chaumiére donde conoció a Henri Goetz y que luego
trabajó en su taller.
En París exhibió sus obras en el Cafe du Dôme, donde iban los artistas e intelectuales conocidos de
la época.
Perfeccionó sus estudios de grabado en metal en el Museo de
Arte Moderno de Río de Janeiro.
“Las experiencias que fue acumulando durante su continuo
aprendizaje, nos revelan a una artista cuyo afán de conocimiento no tenía
límites …”, dijo su alumno y antropólogo Edgar Alandia.
Volvió a Bolivia e incursionó en el desnudo para los cuales
dibujaba bocetos y luego plasmaba en lienzos.
Se dedicó a la cátedra, donde enseñó a pintar así como la técnica
del grabado y formó un escuela de pintores.
María Esther Ballivián tenía una personalidad cautivadora y era
de una belleza destellante.
Influenciada por Simone de Beauvoir, fue una precursora del
feminismo en Bolivia. Durante esa época, sólo usaba su apellido de soltera.
Compartió taller con el renombrado pintor y amigo Alfredo La
Placa. Mientras él trabajaba vestido con un mandil blanco y tenía todo ordenado,
ella usaba una camisa llena de manchas de pintura, escuchaba música, fumaba
cigarrillos, dejaba bocetos en el piso y colgados en la pared, y sus cuadros
lucían en distintos caballetes. Era una bohemia total.
Fue merecedora de varios premios entre ellos el de la Bienal
IMBO.
Su obra aun se sigue exponiendo en Bolivia y de forma
permanente en el Museo de Arte Contemporáneo de América Latina de la OEA en
Washington, junto a los más destacados artistas latinoamericanos como Fernando Botero.
Una sala de la Casa de la Cultura “Franz Tamayo” lleva su
nombre así como dos calles de la ciudad de La Paz. También inspiró un poema a Gregorio
Reynolds.
María Esther Ballivián, María Luisa Pacheco, Marina Núñez
del Prado, y Graciela Rodo Boulanger, se encuentran entre las mujeres más
universales y representativas del Arte Moderno femenino boliviano.
Este magnífico libro tan completo y cargado de ilustraciones
de gran calidad, son un homenaje conmovedor de una hija a una madre. María
Esther ha dejado un legado que traspasa fronteras.
* María Esther Ballivián, Marie France Perrin, 2019.
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